Contundente, inapelable y con atisbos de brillantez, la coronación del "Millonario" supo honrar el proverbial encastre de las tres patas que conforman dirigentes, cuerpo técnico y jugadores en un contexto que en apariencia era traumático por la salida de Marcelo Gallardo.
Por Walter Vargas

Contundente, inapelable y con atisbos de brillantez, la coronación de River ha sabido honrar el proverbial encastre de las tres patas (dirigentes, cuerpo técnico, jugadores) en un contexto que en apariencia era traumático (la salida de Marcelo Gallardo) y que por añadidura pone por todo lo alto la figura de Martín Demichelis.

En efecto, los nueve años del director técnico más ganador de la historia de River elevaban la vara de tal forma que hasta el nombre más ostentoso tenía gusto a poco, aunque justo es reponer, sin embargo, que la temporada última del "Muñeco" había sido la menos fecunda y más descolorida.

Pero hijo de la casa al fin, otrora crack y un personaje serio en su perfil profesional, afable y simpático en su perfil personal, Demichelis no dejaba de ser un entrenador novato, cuya foja solo cobraba un relativo lustre en las divisiones del Bayern Münich.

Antes de empezar a rodar la pelota en la competencia oficial, había pues, pocas certezas y un largo rosario de interrogantes.

De hecho, afirmar que River fue campeón de "punta a punta" supone una verdad relativa, un dato menos riguroso que una manera de decir: en el primer tramo de la competencia disfrutaron de lo más alto del podio Godoy Cruz, Huracán, Lanús, Defensa y Justicia, Talleres y San Lorenzo.

Una vez afirmado el "ideario Demichelis" (capacidad de mando, férrea unidad del grupo, horizonte claro y un estilo de juego reconocible), River devino una máquina de ganar partidos que, como toda máquina sufrió desperfectos, sobremanera la insólita derrota a manos de Arsenal en el Monumental y en menor medida la de Barracas Central, desfiló por un campeonato que, con el debido respeto, rezumó mediocridad.

En todo caso esa no es la responsabilidad de River, más bien lo contrario: el que más ganó, el que menos perdió, el que más goles convirtió y el que, puestas sobre el tapete la cresta de la ola de los 28 participantes, también fue el que mejor jugó.

Entendido, ese jugar mejor, como una intensidad infrecuente en el fútbol argentino, sazonada con un medio campo donde la pelota circuló redonda, parejita y, tres cuartos de cancha calle arriba, picantita y sabrosa.

También, desde luego, puesto que de eso se trata el meollo de la cuestión, están los nombres propios con los que Demichelis se relacionó con admirable pericia. Por saber:

Sostuvo a capa y espada la versión más opaca del arquero Franco Armani y dispensó confianza y rodaje al defensor más resistido por la tribuna: Leandro González Pirez.

En Enzo Díaz resolvió un intríngulis, el del costado izquierdo de la defensa, que había desvelado hasta al mismísimo Gallardo.

Dotó de una continuidad al virtuoso Rodrigo Aliendro y el muchacho nacido en Merlo devino un calificado socio de Enzo Pérez.

Mejoró Ezequiel Barco, acompañó Ignacio Fernández y refundó las horas rutilantes del uruguayo Nicolás de la Cruz, acaso el futbolista de mayor jerarquía del medio local.
Y por si fuera poco, propició que el a priori cuarto número 9 de River avance a ritmo de Fórmula 1 y se consolide en la meta con margen de sobra.

¿Quién hubiera apostado diez pesos a que un chiquilín que volvía de Colón de Santa Fe saque pecho frente a las intimidantes fojas del colombiano Miguel Borja, del venezolano Salomón Rondón y del cordobés Matías Suárez?

Y sin embargo el cordobés Beltrán se movió como pez en el agua fuera del área y de cara al gol - lleva once a dos fechas de que caigan los cortinados- lució recursos a diestra y siniestra.

Aplauso, medalla y beso al Gran DT todavía novato, pero capitán de la nave campeona, al Demichelis de Guinness (debutante con laureles); felicitaciones a la comunidad riverplatense propiamente dicha y a sacarse el sombrero por Talleres, que no solo los campeones escriben la historia, y ya que estamos por San Lorenzo, que con un plantel módico está haciendo un campañón.