La reciente medida de Australia, que impide a los menores de 16 años abrir cuentas en plataformas como TikTok, Instagram, X (Twitter), Facebook y YouTube, ha desatado una discusión urgente a nivel mundial: ¿es la prohibición una herramienta efectiva para proteger a la infancia y adolescencia en el entorno digital?
Especialistas consultados en Argentina, tanto en la sociedad civil como en el ámbito educativo, coinciden en que, si bien la medida australiana es un catalizador positivo para el debate, prohibir por sí solo no resuelve el problema de fondo.
Australia pone el foco en el diseño, no solo en el uso
Desde Faro Digital, una ONG especializada en derechos digitales, se celebra que la decisión australiana obligue a los Estados a intervenir activamente. Santiago Stura y Milagros Schroder, coordinadores de la organización, señalan que es un avance que la pregunta pública ahora se centre en qué hacen las plataformas para acelerar la incorporación temprana de menores y sostener dinámicas adictivas.
La legislación australiana resulta valiosa porque aborda explícitamente las estrategias de diseño de experiencia de usuario (como el scroll infinito y los mecanismos de recompensa) que dificultan la autorregulación en los jóvenes, e incluso contempla multas millonarias para las empresas que permitan la vulneración de la edad mínima.
Sin embargo, Faro Digital prefiere hablar de conexión y desconexión, más que de "prohibición". Argumentan que lo vedado se vuelve "silencioso, clandestino y difícil de acompañar", mientras que la clave es generar "más conversación, más palabra, más presencia adulta en los territorios digitales".
Educación vs. castigo: la mirada pedagógica
El licenciado en Ciencias de la Educación Gabriel Brener (UBA, FLACSO) se alinea con esta postura, alertando que la prohibición es a menudo un intento del mundo adulto de "aliviar su impotencia".
Para Brener, una solución punitiva es insuficiente porque:
1.Alimenta la Transgresión: Lo prohibido se vuelve atractivo y difícil de controlar.
2.Impide la Reparación: Si solo castiga, no habilita la comprensión del error ni el aprendizaje.
El especialista insiste en que, en lugar de clausurar, los límites deben "ayudar a aprender". La sanción, tanto en la escuela como en el plano social, debe tener una clave pedagógica orientada a la reparación.
Brasil como referente y la realidad Argentina
Tanto Brener como Faro Digital coinciden en la necesidad de una acción estatal y una regulación que ordene esta relación. Brener pone como ejemplo a Brasil, donde en septiembre el presidente Lula Da Silva sancionó una ley que obliga a las plataformas a establecer sistemas confiables de verificación de edad y exige la autorización expresa de los padres para menores de 16 años. Dicha ley también prohíbe el envío de contenido violento o pornográfico.
En contraste, los especialistas perciben que Argentina se encuentra lejos de una regulación similar, en un contexto político que prioriza la desregulación total y la alianza estratégica con gigantes tecnológicos. Brener cuestiona proyectos como el homeschooling (escuela en casa), argumentando que esta práctica no solo acentúa la desigualdad, sino que fomenta el aislamiento en las pantallas, debilitando los lazos sociales y el "encuentro presencial como forma de aprender humanidad".
El rol insustituible del acompañamiento
La clave, para todos los expertos, es la responsabilidad compartida:
·Plataformas: Deben asumir una responsabilidad clara en la verificación de edad y en la revisión de dinámicas de diseño adictivas.
·Comunidad Adulta: Faro Digital llama a fortalecer el lazo de cuidado, ya que una regulación por sí sola no compensa el "malestar ni la soledad digital" que sienten los adolescentes.
·Escuela: Brener, destacando iniciativas como el Pacto Parental de Mendoza (donde padres se comprometen a demorar la entrega del primer celular hasta los 13 años), subraya que la escuela debe ser el espacio para reponer el encuentro cara a cara y practicar la solidaridad como causa pedagógica.
La conclusión es unánime: la regulación es necesaria para ordenar la convivencia digital, pero no es una solución mágica ni un sustituto del rol adulto.
