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El crecimiento de la importación de indumentaria está marcando un nuevo escenario para el sector textil nacional. Mientras los fabricantes locales intentan sostener su producción, los consumidores se vuelcan cada vez más a las prendas extranjeras, tanto en viajes al exterior como a través de compras online y canales mayoristas.


Según un informe reciente, entre enero y julio de 2025 los argentinos gastaron u$s2.196 millones en indumentaria en el exterior, cifra que duplica los niveles de 2024 y supera incluso el récord de 2017. Paralelamente, las compras bajo el sistema Puerta a Puerta —que permite recibir productos directamente del extranjero— crecieron un 258% en el semestre, alcanzando los u$s408 millones.

Solo en julio, las operaciones aumentaron un 390% frente al mismo mes del año pasado.

El impacto en los polos comerciales locales

La Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI) advirtió que la presencia de productos importados también se hace sentir en los principales centros mayoristas del país, como Avellaneda y Once. Allí, cada vez más locales ofrecen prendas extranjeras, lo que reduce el espacio de la producción nacional. Incluso se observan artículos provenientes de China, Taiwán y Turquía, que compiten de manera directa con la oferta local.

Este fenómeno genera preocupación en los fabricantes, que ven cómo su tradicional refugio comercial comienza a transformarse. El desembarco indirecto de marcas de fast fashion en estos mercados acelera los cambios en la cadena de valor y obliga a los emprendimientos argentinos a repensar precios, diseño y volumen de producción.

“Se ve muchísima más ropa importada que antes. Eso se nota sobre todo en la ropa deportiva. Muchos locales que antes no trabajaban este rubro, ahora lo traen del exterior. Para los fabricantes, la situación es muy difícil: no se trata de prohibir la importación, sino de contar con condiciones que nos permitan competir en igualdad”, señaló Juliana Coria, influencer que recorre los corredores comerciales de Once.

Por su parte, Ailín Bonincontro, creadora de la marca Kitana Oficial, explicó cómo se adaptó al nuevo escenario: “Decidí no producir bikinis porque me cuesta tres veces más que una prenda de Shein.

La estrategia es vender diseños accesibles y en volumen, porque si no se sostiene la producción, los talleres no sobreviven”.

El costado negativo: caída de ventas y empleo en riesgo

El auge de la ropa importada contrasta con un mercado interno debilitado. Según datos de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), en agosto las ventas minoristas de las pymes cayeron 2,2% mensual, mientras que el rubro textil e indumentaria retrocedió 4,3%.

Desde la CIAI advirtieron que el contexto actual combina reducción de aranceles, exenciones para las compras puerta a puerta y menor control aduanero, sin medidas compensatorias que alivien la carga impositiva de la industria nacional. Esto, según el sector, está provocando la destrucción de alrededor de 1.500 empleos formales por mes, en un rubro que sostiene a más de 540.000 familias en todo el país.