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Un macabro asesinato, ocurrido durante el aislamiento por la pandemia, vuelve a conmocionar. Un hombre fue condenado a prisión perpetua por el crimen de Juan Antonio Melino, un jubilado de 80 años al que mató para robarle. El asesino, Oscar Darío Sánchez, era un guardia de seguridad que se había ganado la confianza de la víctima, quien lo había conocido en 2020.

El crimen, cometido en el departamento de Melino en el barrio de La Boca, fue planificado con una brutalidad inusitada. El plan original de Sánchez, revelado en el expediente judicial, era "dormir" a Melino con una jeringa de clonazepam para simular un infarto. Sin embargo, el asesino cambió de método.

El día del crimen, Sánchez atacó a Melino con un arma blanca, lo torturó cortándolo en las manos y el cuello, y luego lo asfixió con una bolsa de residuos atada a la cabeza. Un cómplice, Claudio Fernández, fue condenado a diez años de prisión por su participación en el plan. Aunque la pareja de Sánchez, en un mensaje de texto, afirmó que "la plata no estaba" y que "el viejo se cagó muriendo", la codicia fue el móvil que impulsó el crimen.

Prisión perpetua para el asesino de un jubilado: el brutal crimen por 300 mil dólares

La Justicia confirmó la pena de prisión perpetua para Oscar Darío Sánchez, el guardia de seguridad que en 2020 asesinó a Juan Antonio Melino, un jubilado de 80 años, con el fin de robarle 300 mil dólares. La condena, ratificada por la Cámara de Casación, se dictó por "homicidio criminis causae y robo a mano armada".

El crimen, uno de los más feroces de la pandemia, se ejecutó con una crueldad extrema. Sánchez había planeado inicialmente asesinar a Melino inyectándole clonazepam para simular un ataque al corazón. Sin embargo, optó por un método aún más violento: lo acuchilló, lo maniató y lo asfixió con una bolsa de residuos.

Sánchez no actuó solo. En el expediente judicial se menciona la participación de un cómplice, Claudio Fernández, quien recibió una condena de diez años de cárcel. El caso se esclareció gracias a la pericia de una taza de café, que contenía el ADN de Sánchez, y a los mensajes de texto encontrados en su teléfono, que daban cuenta de la frialdad del crimen y la decepción por no haber encontrado el dinero.