Estos apuntes de madrastra se dispararon al enterarme que Fran y Luli, mis hijastras hace ya 16 años, se iban a vivir solas. Y entre muchas otras cosas pensé en la posibilidad que me dieron de entender que la maternidad es una cuestión ideológica. Una labor que llevan adelante muchas madrastras y padrastros, por más de que no haya representaciones culturales que reflejen esos roles. Por más de que no haya "día de".
Por Cecilia Di Genaro
Dice César Luis Menotti que "para saber entrar hay que saber salir". Cuando entrás a una familia ya constituida hay algo del no saber cómo entrar, una ansiedad rara de si vamos a estar a la altura de las circunstancias. Y, si hiciera falta, si sabremos salir dignas en caso de emergencia.
Aunque hay referencias muy potentes como la María del capitán Georg von Trapp -el de "La novicia rebelde"-, cuando la cosa se pone difícil si te convertís en una extranjera en tierra desconocida, una especie de indocumentada intentando atravesar el muro de Donald Trump. Si eso pasa, solo tus hijastrxs pueden ayudarte a cruzar de la mano. Porque la creatividad reside en el poder soportar la tensión de no resolver todo en tus propios términos y en ponerte a jugar. Un ejercicio de aprendizaje que produce una extrema sensación de libertad.
Está el cuento ese de que "los hijos eligen a los padres" incluso antes de nacer pero, ¿quién elige a las madrastras? ¿Quién dijo que madre se es solo con un hijo de sangre? Hay madres por todos lados. Hay quienes maternan a sus amigas. Hay madres, que aún siendo niñas, maternan a sus hermanos menores. Hay madres muy jóvenes que les explican todo lo que hay que saber sobre responsabilidad afectiva a sus pares varones. Hay madres que maternan a sus padres. Hay madres que maternan a perros y a gatos y ofrecen un ejemplo de humildad sobre el respeto que le debemos a todo aquello que tiene pulso y nos rodea con belleza y ternura.
Si pudiéramos sacar a la sangre del medio, tal vez pasaríamos menos años en el analista tratando de descular quién tuvo la culpa de qué y nos haríamos cargo de nuestra propia existencia. Porque ser madre no encierra ningún misterio superior, y tiene poco que ver con los genes. Se trata, lo comprobé, simplemente de combatir nuestros instintos. De combatir esa naturaleza impulsiva que ya a los dos años de edad nos hacía querer quedarnos con todos los caramelos de la piñata, y el de al lado que se joda. Decía, no se es madre por instinto. Al contrario, se es madre justamente porque para serlo nos vemos obligadas a pelearnos con nuestra propia condición de seres humanos.
Por eso es tan difícil. Porque se trata, básicamente, de la inacabable experiencia de poder poner a un otro por delante nuestro. Es una cuestión ideológica, no instintiva. Es una cuestión ideológica porque consiste en invertir la mente y los recursos en función de lo que a otro le hace falta, de adivinar deseos ajenos e intentar concretarlos solo por la alegría que nos produce verlo feliz. De compartirles con generosidad, como quien pasa un secreto, lo que aprendimos para poder pasarla mejor. Entre otras cosas. Así y todo, no hay que perder de vista que esa pulsión no nos hace infalibles, ni nos transforma en otra cosa que en personas comunes y corrientes, muy alejadas de las propagandas que agita el mercado por estas fechas.
Pero el tema de la sangre te otorga categoría, rango, un título al que llegar y con el que sentirte satisfecha, completa, recibida de mujer. Y cierra por todos lados, porque le facilita al capitalismo la posibilidad de ordenar a los peones en pequeños grupos para ponerlos a producir. Por eso las madrastras no encajan en nada. Porque están coladas y de prestado en una estructura que aun resiste y que le da un orden al mundo. Aun estando cada día un poco más cerca de desterrar la “cultura del instinto maternal”, y la idea de este poder “natural” que nos convierte a todas las madres en un arma de doble filo que camina en todo tipo de direcciones; y que según quien la ejerza puede ser letal.
Sería deseable seguir el consejo del pensador español Paul Preciado en su ensayo "Otras madres": "Nos toca ahora descolonizar a nuestras madres, honrando los vínculos múltiples y heterogéneos que nos han constituido y que nos mantienen vivos".
Entonces, se hace evidente que la crianza debe ser un espacio colectivo y compartido porque de hecho lo es. Sin embargo y mientras tanto la pregunta persiste: ¿de qué extraño universo llueven las madrastras? Aunque sería extraordinario poder volar en paraguas y sentarse a tomar un tecito en una nube como Mary Poppins, lo cierto es que siempre tuve miedo de ser yo quien abandonara la casa de gran hermano. Porque el concepto "familia" está en crisis y las familias aparecen y desaparecen, como en un truco del mago Fafá. Pero por un error en la matrix, la sangre se queda y las madrastras van y vienen. Puede no ser así. Y debe no ser así. Aunque esa conquista no te exima de ver como las etapas se cumplen. Que te veas obligada a transitar los mismos duelos que viven las madres y padres de sangre y que tengas que aprender a capitalizarte a partir de esos cambios.
Hoy son mis mellizastras las que parten rumbo a la adultez, se mudan y yo no paro de poner a todo lo que da "Qué va a ser de ti lejos de casa, nena, qué va a ser de ti", en la voz de Joan Manuel Serrat.
Y tengo "Poeta chileno" de Alejandro Zambra en mi mesa de luz que dice: “Leyó muchas veces esos poemas, que cambiaron para siempre su relación con los objetos y con las palabras, o su manera de mirar el mundo, aunque quizás no fuera así; quizás ya miraba el mundo de esa manera y los poemas de Millán lo sorprendieron por eso”.
Entonces pienso, ¿qué parte nuestra germina en nuestros hijastrxs y hace que vean las cosas de tal o cual manera? ¿Cómo leer esa impresión que dejamos en sus niñeces? ¿Cómo nos recordarán cuando estén al frente de la batuta y qué porción nuestra les servirá para resolver sus vidas? ¿Serán suficientes las herramientas que pusimos en la caja? Y sobre todo, ¿cuál será el correlato de todo ese amor y ese empeño invertido a lo largo de los años?
Si cuando algo termina, algo está por empezar: "Estos poemas -y esta vida nuestra, Fran y Luli- demuestran que la poesía sirve para algo, que las palabras -y las madrastras- duelen, vibran, curan, consuelan, repercuten, permanecen.”
Que así sea, basuritas.