A Fernando Servettini le costó mucho tiempo aceptar que necesitaba ayuda, pero logró recuperarse y encontró en la música un gran estímulo para salir adelante. Pudo lograrlo gracias al trabajo interdisciplinario del dispositivo comunitario que Fundación Pupi cogestiona con la Sedronar en el sur del Conurbano.
Por Evangelina Bucari
“Si pienso en mi pasado de consumo, cambiaría todo. No hay nada bueno. No hay nada novedoso. Es perder, perder y perder. La droga es eso, la cocaína es eso”. El que habla es Fernando Servettini, de 42 años. Le llevó más de la mitad de su vida darse cuenta de que tenía un grave problema de consumo y aceptar que necesitaba ayuda. Fue hace cuatro años y “había tocado fondo”.
Gracias a su familia y al acompañamiento terapéutico que encontró en el Dispositivo Territorial Comunitario (DTC) de Fundación Pupi, en la localidad bonaerense de Remedios de Escalada, pudo dejar atrás esa parte de su historia que solo desea recordar para saber lo que no quiere: “Saber de dónde vengo y qué es lo que tengo que hacer para no volver ahí”, asegura.
El DTC es uno de los espacios que la Fundación Pupi –creada por el exjugador de futbol Javier Zanetti hace 20 años– cogestiona con la Secretaría de Políticas Integrales sobre Drogas de la Nación Argentina (Sedronar) bajo el programa Fortalecer.
“Trabajamos con chicos y chicas adultos jóvenes que están en situación de consumo problemático a través de talleres de oficio, culturales y deportivos”, explica Matías Alonso, director del dispositivo interdisciplinario, por el que transitan unas 300 personas. Hay psicólogos, talleristas, profesores de educación física y trabajadores sociales, entre otros especialistas. Además, cuentan con otras “estaciones preventivas” para el abordaje territorial de consumos problemáticos en diferentes lugares del municipio de Lanús.
Tocar fondo para salir a flote
Fueron 25 años de consumo. Fernando había empezado a probar drogas a los 13 y recién a los 38 una situación límite lo hizo replantearse qué quería para su vida. “La droga me controlaba a mí desde que me levantaba hasta que me acostaba, cada día más seguido: de una vez por semana, pasé a casi todos los días”, resume Fernando cuando piensa en esos días más oscuros. “Fue sentir que cada vez el hilo era más delgado –continúa–, que el hilo de mi cordura también cada vez era más delgado”. Con una hija, dos hijos varones y, ahora, un nieto, tenía que hacer algo.
En ese darse cuenta, en ese “clik”, tuvo mucho que ver su compañera, Verónica, que un día dijo basta. “La mejor forma de ayudarme fue cuando me echó de casa. Me devolvió el norte. Era domingo a la tarde y estaba con mi mochilita en uno de los peores hoteles de zona sur, durmiendo. Y ahí fue donde me replanteé volver a vivir”. Pudo pedir y aceptar ayuda. “En ese momento no lo entendí, obviamente, pero hoy en día sé que me salvó la vida”, asegura.
Así llegó a este centro terapéutico comunitario, acompañado por su familia. “Pesaba 20 kilos menos, estaba mal física, anímica y mentalmente”, recuerda. La primera etapa del proceso de recuperación fue “parar la pelota, dejar de consumir, dejar de pensar en eso”. Para lograrlo, el consejo de sus terapeutas fue que se sume a talleres para estar ocupado: de lunes a viernes, se las pasaba haciendo “infinidad de cosas”. El segundo paso fue más de reconstrucción. “Laburé muchísimo mi interior, mis vínculos familiares, empecé a tener proyectos, empecé a estudiar, a cantar”, resume. Y en ese proceso de reconstrucción, que no fue sencillo, apareció la música.
Uno de los talleres en los que participaba era de música, con el profesor Pablo Ripa. Como son propuestas abiertas tanto para personas que están en tratamiento como para el resto de la comunidad, la hija de Fernando se anotó con él. En cada canción, en los ensayos, en las salidas educativas, en cada situación, pudieron ir recomponiendo su historia.
El profesor se acuerda de una escena que todavía lo conmueve: “Se sentaron los dos juntos y de golpe estaban cantando una canción. La música te involucra o te vincula por otro lugar que está más allá de una palabra. Realmente es algo energético”, cuenta Ripa, quien explica que las clases están pensadas no solo para aprender a tocar un instrumento, sino con una orientación más terapéutica. “Hacemos mucho trabajo grupal, de respiración, de vinculación”, detalla. Todos los talleres y terapias apuntan a que las personas que están en tratamiento puedan sentirse valoradas y replantearse sus de proyectos de vida.
Después de los meses de confinamiento por la pandemia, al volver a la presencialidad, las ganas y el entusiasmo hicieron que una idea que venía rondando cobrara vida: varios de los integrantes del taller formaron una banda de rock a la que bautizaron Capitano Rock, en homenaje a Javier Zanetti, el excapitán de la Selección Nacional de Fútbol, a quien apodaron así en el club italiano Inter de Milán.
La banda tocó oficialmente por primera vez en la fiesta por los 20 años de la Fundación, a fines del 2021, donde el propio Zanetti les entregó una cinta de capitán. “Para mí fue un honor porque siempre desde chico fue ídolo mío, Javier. Así que bueno, ahí estamos. Vamos con la banda, a ver dónde nos llevan el viento y nuevas experiencias, y vamos para adelante con todo”, relata Fernando, con emoción.
También compartieron experiencias musicales en el PupiPalooza, una idea del profesor Ripa que reunió a los talleres de música de todos los espacios de la Fundación. “Tuvimos dos escenarios –cuenta el docente–, una pantalla gigante, un circuito de video cerrados. Para ellos fue una experiencia increíble”.
Vivir el presente
Fernando se recibió de operador social y terapeuta en adicciones, y hoy trabaja acompañando a jóvenes desde la vereda de enfrente. “Siempre mirando al camino recorrido por el espejo retrovisor”, asegura.
Además, pudo reforzar el vínculo con su familia. “Recuperé un montón de cosas que había perdido”. Vive con su pareja y su hija, tiene una filosofía totalmente distinta, no toma alcohol ni fuma. “Se los debo a los terapeutas y a los profesores de todos los talleres”, afirma.
Quiere contar su historia porque considera que siempre se muestra lo malo de las personas que consumen, pero no su recuperación. “Hay que poner de uno, nadie te regala nada. Pero siempre digo que el premio al final vale cada segundo, cada segundo vale todo el esfuerzo que hicimos. Y digo hicimos porque hay mucha gente que se recupera”, remarca.
“No consumir más no solo me cambió lo físico, sino cómo veo los días, cómo los disfruto. Sin consumo, es todo distinto”, concluye Fernando y pide que quienes necesiten ayuda se acerquen, que la pidan, que va a haber mucha gente con ganas de acompañarlos.
Fernando tuvo el “alta” hace algunos meses, es parte de una banda de rock que se armó en la propia institución y el año pasado se recibió de operador terapéutico en adicciones, con el propósito de ayudar a otros. “No solo gané amigos, el DTC Pupi es una gran familia, donde nos juntamos, comemos, ensayamos, hacemos deportes. Es un espacio de contención para todos los que lo necesiten”, detalla entusiasmado, durante una pausa del ensayo con la banda Capitano Rock, en las instalaciones del lugar.