Fue obligada a casarse con quien no quería, por dinero, por conveniencia. Tuvo dos hijos, ambos murieron. Su esposo también. Encontró el amor en medio de la tormenta. Acarició la dicha, se imaginó reparada, feliz. El mismo día que iba a anunciar su compromiso fue asesinada por la espalda. Felicitas Guerrero o la historia del femicidio que sacudió a la aristocracia porteña.

Ilustracin Osvaldo Rvora

Por Daniel Giarone

Felicitas Guerrero fue muerta por un varón. Asesinada por la espalda, por un hombre que juraba amarla. Felicitas Guerrero, 25 años, víctima de femicidio. Uno de lo primeros en tener repercusión pública, en adquirir notoriedad. Quizás porque el ataque se produjo a la luz del día, en una casa llena de invitados que pertenecían a las familias más acomodadas de Buenos Aires. Todo ocurrió hace 152 años: el 29 de enero de 1870. Pero ese es sólo el final. Y, se sabe, la historia avanza con trancos cortos.

Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto nació en Buenos Aires el 26 de febrero de 1846 en el seno de una familia de buena fortuna. Sus padres, el español Carlos José Guerrero y Reissieg y Felicitas Cueto y Montes de Oca, tuvieron once hijos y quisieron asegurar el futuro económico de la primogénita. Y el de toda la familia, claro.

Por eso decidieron casarla con Martín Gregorio de Álzaga, nieto de Martín de Álzaga (héroe en la resistencia a las invasiones inglesas de 1806, fusilado por Rivadavia), uno de los hombres más ricos de aquel entonces y para cuya familia el había trabajado como administrador el padre de Felicitas.

Era joven, demasiado joven, y bella, demasiado bella: “La joya de los salones porteños”.

Pero la niña tenía otros planes. Era joven, demasiado joven, y bella, demasiado bella (“la mujer más hermosa de la República”, “la joya de los salones porteños”, según el poeta Carlos Guido Spano), para casarse con quien no quería. Prefería otros pretendientes, otros amores (entre ellos el de Enrique Ocampo, su futuro verdugo).

Que ella tuviera 18 años y Martín de Álzaga 50 era apenas un detalle (para sus padres, para su clase, para la época). Que él fuera propietario de grandes extensiones de tierra y uno de los hombres más ricos de la Argentina patricia también era un detalle, pero fundamental (para sus padres, para su clase, para la época). Y de nada valió que ella implorara que no “dieran su mano”. Entonces, hubo boda.

El altar y el destino

Felicitas y Martín de Álzaga se casaron el 2 de junio de 1864 con toda la pompa y glamour que prescribía la Argentina europea y oligárquica nacida al calor de los vencedores de la Batalla de Caseros, en la que el flamante esposo había festejado su militancia antirosista.

El convenido matrimonio se instaló en una mansión construida en la “Quinta de los Álzaga” (hoy Plaza Colombia), en el barrio porteño de Barracas. Era una zona acomodada, poblada de quintas y marcada por la actividad portuaria. Pero ni la holgura ni el dinero alcanzan para evitar la tragedia. Y esta comenzó a sucederse del mismo modo en que ocurre todo lo malo.

El 3 de octubre de 1869 muere Félix Álzaga Guerrero, víctima de la epidemia de fiebre amarilla que asolaba a Buenos Aires. Tenía solo tres años y era el primer hijo del matrimonio.

Cinco meses después, el 1 de marzo de 1870, la muerte se llevó a Martín de Álzaga, quien apenas podía soportar la muerte de Félix y esperaba la llegada de su segundo hijo, quien llevaría su nombre.

Azorada por la desgracia, Felicitas dio a luz a su segundo hijo al día siguiente de enterrar a su marido. Pero Martín murió después del parto. Era el 2 de marzo de 1870. En sólo seis años de la familia Álzaga-Guerrero apenas quedaba el dolor y la muerte.

Pasión, locura y muerte

Cuenta la historia que en noviembre de 1871 Felicitas era una mujer rica y sola. Su ex marido la había convertido en heredera de todos sus bienes. Entre ellos, la estancia “La Postrera”, en el partido bonaerense de Castelli y que Álzaga había comprado a la viuda de Ambrosio Cramer.

Un jinete apareció de la nada, orientó al cochero y asomándose a la ventana del carruaje, dijo: “Es mi estancia, que es la suya, señora”.

Fue una tarde de aquel verano que Felicitas decidió viajar junto con un grupo de amigos desde “La Laguna de Juancho” (una estancia con salida al mar en el actual partido de General Madariaga) a “La Postrera”, a la que consideraba su lugar en el mundo.

El viaje fue apasible hasta que el cielo se oscureció de repente y arreció la tormenta. El camino se volvió tortuoso para el carruaje, el cochero perdió el rumbo. Felicitas ordenó detenerse.

Fue entonces que sucedió lo que pasa en algunas películas. Un jinete apareció de la nada, orientó al cochero y asomándose a la ventana del coche, dijo: “Es mi estancia, que es la suya, señora”.

Semejante presentación no podía menos que convocar a Cupido. El flechazo dio en el blanco, es decir, en el corazón. El joven jinete, que resultó ser Samuel Sáenz Valiente, y la bella y atribulada viuda, se enamoraron. Y pusieron fecha. Ahora sí el amor bien valía un matrimonio.

TEMPLOS, CINTAS Y FANTASMAS
Conmovidos por la muerte de su hija, a quien habían obligado a casarse con un hombre que no quería, los padres de Felicitas mandaron a construir en su honor la Iglesia Santa Felicitas. La misma se encuentra a la vera de la actual Plaza Colombia, junto a lo que fue la vivienda familiar de los Guerrero, y data de 1876.

El edificio forma parte del Complejo Histórico Santa Felicitas, junto a otro templo construido en 1893 e inspirado en el santuario francés de Lourdes, un colegio y un ex comedor en el que las Damas de Beneficencia daban de comer a un millar de obreros.

Pero junto a la historia y la aquitectura se teje la leyenda urbana. Una de ellas dice que cada 30 de enero, día de la muerte de Felicitas, en algún lugar de la Iglesia una aprecida viste traje de novia, túnica mortuoria blanca o un vestido hecho jirones, según quien la vea.

Como las brujas no existen pero que las hay, las hay, están quienes se atreven también a atar cintas a las rejas de la parroquia para que sean bendecidas por las lágrimas de la muerta. Hay quienes aseguran, por supuesto, que algunas de esas cintas aparecen mojadas.

El día menos pensado

Pocos meses después de aquel encuentro tan inesperado como decisivo la pareja iba a anunciar su compromiso. La fecha elegida era el 29 de enero de 1872. El lugar: la mansión de Barracas, ahora conocida como “Quinta de los Guerrero”.

Aquel día Felicita llegó más tarde que los primeros invitados. Se había demorado haciendo compras en el centro de lo ciudad. Saludó aquí y allá y antes de ir cambiarse su tía le dijo que Enrique Ocampo quería verla a solas. Felicitas pensó en despedirlo con cualquier excusa, pero finalmente aceptó reunirse con él en la sala de invitados.

Ocampo, quien sería el futuro tío abuelo de las escritoras Victoria y Silvina Ocampo, también pertenecía a una familia poderosa. Y quería a Felicitas. Integraba la lista de pretendientes desde antes de que la joven fuera forzada a casarse con Álzaga. Ahora este ya no era un obstáculo, pero Sáenz Valiente sí.

Previendo un encuentro áspero Albina, amiga de Felicitas, quiso acompañarla a la sala donde la esperaba Ocampo. Pero ella se negó. No así a que su hermano Antonio y su primo Cristian se escondieran en la ventana que daba al jardín para intervenir si fuera necesario.

“¿Te casas con Samuel o conmigo?”, inquirió Ocampo, dando lugar a una fuerte discusión que se escuchó en buena parte de la casa. No conforme con la respuesta, el desairado pretendiente sacó del bolsillo un revolver Lefaucheux calibre 48 y sentenció: “O te casas conmigo o no te casas con nadie”.

Felicitas intentó escapar de la sala a través del jardín, pero al darle la espalda a Ocampo este disparó. La bala ingresó a la altura del omóplato derecho. Cuando Antonio y Cristian entraron la joven agonizaba en el suelo.