En el marco del Día Internacional de la Prevención del ACV (29 de octubre), los especialistas de la salud han elevado una alarma sobre una transformación inquietante en el perfil de los afectados por esta patología: el Accidente Cerebrovascular, tradicionalmente ligado a la tercera edad, registra ahora una incidencia sostenida y creciente en individuos menores de 55 años.
Esta "epidemia silenciosa" es impulsada por factores directamente asociados a los hábitos de vida contemporáneos, lo que ha generado la necesidad de reformular la estrategia de prevención. Si la tendencia continúa, las proyecciones son sombrías: se estima que la mortalidad global por ACV podría incrementarse en un 50% para el año 2050, resultando en 9,7 millones de fallecimientos, según datos citados por un estudio de The Lancet.
Factores de riesgo y el perfil del nuevo paciente
Históricamente, el ACV se asociaba primariamente a patologías clásicas como la hipertensión, la diabetes o el colesterol elevado. Sin embargo, el aumento de casos en el grupo etario más joven se explica por una combinación de elementos específicos, según detalló un experto en neurología:
·Tensiones crónicas: La sobrecarga de estrés crónico se posiciona como un contribuyente clave.
·Malos hábitos: El sedentarismo y una nutrición desequilibrada amplifican la vulnerabilidad cardiovascular.
·Consumo de sustancias: La ingesta de alcohol y otras sustancias también figura entre los detonantes.
·Predisposiciones: No se descartan problemas cardiovasculares de origen congénito.
Este cambio de panorama exige que la población joven abandone la percepción obsoleta de que el ACV es una enfermedad exclusiva de la edad avanzada, ya que el impacto de la enfermedad afecta su productividad, sus dinámicas familiares y su calidad de vida en pleno desarrollo.
Reconocimiento temprano: la diferencia entre recuperación y discapacidad
El ACV se manifiesta principalmente en dos variantes: el isquémico (causado por la oclusión de una arteria cerebral) y el hemorrágico (provocado por la ruptura de un vaso y el consecuente sangrado interno). En ambos casos, el tiempo de reacción es vital.
Los especialistas instan a la población a memorizar los síntomas de alerta para buscar atención médica inmediata, lo cual puede evitar una discapacidad permanente:
·Deterioro motor: Debilidad repentina o sensación de adormecimiento en una extremidad o un lado del cuerpo.
·Problemas de comunicación: Dificultad súbita para articular palabras o para entender lo que se dice.
·Desorientación: Pérdida abrupta del equilibrio o la coordinación.
·Vision y dolor: Alteraciones visuales repentinas o un dolor de cabeza inusualmente intenso.
Prevención y recuperación: hábitos y tecnología
Los expertos enfatizan que la estrategia más efectiva para mitigar este riesgo es la prevención activa. El mensaje se centra en la adopción de un estilo de vida saludable:
·Mantener una alimentación balanceada.
·Realizar ejercicio físico con regularidad.
·Implementar métodos de gestión del estrés.
·Evitar el consumo de alcohol y sustancias.
·Someterse a chequeos médicos periódicos.
Tras la atención inmediata, la rehabilitación temprana (fisioterapia, terapia del lenguaje y apoyo psicológico) es fundamental para lograr una reinserción plena. La falta de acceso a estos servicios para sectores vulnerables ha sido identificada como una fuente de desigualdad que impacta directamente en las posibilidades de recuperación.
Finalmente, la tecnología emerge como una aliada, especialmente para alcanzar al segmento joven. Herramientas digitales, como aplicaciones de detección temprana de síntomas y dispositivos de monitoreo arterial, complementan las campañas de concientización, buscando incidir en un grupo que históricamente subestima su propio riesgo.
