La marcha del martes 30 de marzo de 1982 en Plaza de Mayo fue multitudinaria y decisiva. Foto: CFT.

(Somos Telam)

Bajo la consigna “Paz, Pan y Trabajo”, una masiva marcha se congregó en la Plaza de Mayo el martes 30 de marzo en abierto desafío a la Junta Militar.

La CGT Brasil, encabezada por el dirigente del gremio de los trabajadores cerveceros, Saúl Ubaldini, realizaba una masiva movilización contra la dictadura cívico militar, tres días antes de que los efectivos de las Fuerzas Armadas desembarcaran en Malvinas con el doble propósito de recuperar la soberanía argentina sobre las islas y mantener el consenso social perdido tras la aplicación de las políticas que habían generado un derrumbe económico.

Como en otros momentos de la historia argentina, la CGT se encontraba dividida en dos centrales.

Una era la denominada como Azopardo, que tenía su sede en el histórico edificio de la central obrera, y la otra fracción, llamada Brasil, era la más combativa y estaba liderada por Ubaldini.

El dirigente cervecero, que contaba con el apoyo del histórico e influyente líder metalúrgico, Lorenzo Miguel, dispuso la organización de esa protesta obrera, convocada bajo el lema de por “Paz, Pan y Trabajo, en medio de un contexto de caída generalizada del poder adquisitivo de los trabajadores.

En marzo de 1981, el general Roberto Viola había asumido la presidencia en reemplazo de Jorge Rafael Videla, que se retiró tras cinco años en los que se concretó el mayor genocidio de la historia argentina.

El nuevo dictador llegó al poder justo cuando las políticas de dólar barato, alto endeudamiento, ajuste fiscal y aperturas indiscriminada de la economía diseñadas por José Alfredo Martínez de Hoz -ministro de Economía de Videla- se encontraban agotadas.

Los tiempos del dólar barato y el “deme dos” de los turistas argentinos adquiriendo bienes en el exterior con “la plata dulce” se habían terminado.

La crisis económica provocó que, en diciembre, la Junta Militar removiera a Viola, “por motivos de salud”, y nombrara como presidente a Leopoldo Fortunato Galtieri, jefe del Ejército, que contaba con el explícito respaldo del entonces presidente estadounidense, Ronald Reagan.

Washington veía con buenos ojos al ex comandante del segundo cuerpo, fundamentalmente por el rol activo que había jugado en el envío de asesores argentinos a Honduras y El Salvador.
Lorenzo Sigaut asumió la cartera de Hacienda y pronunció una frase paradigmática en el comienzo de su gestión: “El que apuesta al dólar pierde”.

Pero tres meses después de haber jurado como ministro, propició una devaluación del peso del 30% y otra en junio por el mismo porcentaje.

Se creó un mercado cambiario oficial y otro paralelo, la divisa estadounidense, que en abril se cotizaba en 3 mil pesos, trepó hasta los 10 mil pesos en octubre.

Comenzaron entonces a producirse algunas manifestaciones de descontento: en junio, un paro del gremio mecánico de la Smata dejaba un saldo de más de mil detenidos, mientras las principales automotrices anunciaban despidos y suspensiones.


En febrero de 1982, la CGT lanzó un plan de lucha contra el gobierno que presidía el general Galtieri, que bajo la conducción económica de Roberto Alemann había congelado los salarios y aplicado un fuerte aumento en las tarifas de los servicios públicos.

El malestar reinante determinó la convocatoria a una movilización para el 24 de marzo, aniversario del golpe que había derrocado a Isabel Perón, pero para evitar que el llamamiento fuese visto como una provocación, la cúpula sindical decidió marchar el 30.

Bajo la consigna “Paz, Pan y Trabajo”, unas 15 mil personas se congregaron en la Plaza de Mayo aquel martes de principios de otoño, en abierto desafío a la Junta Militar, que prohibió la concentración y desplegó un dispositivo represivo con 4.000 efectivos policiales en el centro de Buenos Aires, y que dejó un saldo de 2.000 detenidos.
Movilizaciones similares y de carácter masivo también tuvieron lugar en Rosario, Mar del Plata, Neuquén, Tucumán y Mendoza, donde un jubilado murió como consecuencia de una bala disparada por las fuerzas represivas.

En Córdoba, sede del Tercer Cuerpo de Ejército, se desarrolló un despliegue de tropas por el centro de la ciudad de tal envergadura que disuadió cualquier atisbo de protesta.

“Se va a acabar/ Se va a acabar/ la dictadura militar”… Era la consigna que resonó ese día por las calles del centro, mientras la infantería de la Federal arremetía contra las columnas de trabajadores y los oficinistas que espontáneamente se sumaron a la multitud.
Gases lacrimógenos, balazos de goma y automóviles que circulaban sin identificación por las calles del centro porteño fueron parte de un escenario de abierta confrontación entre los manifestantes y las fuerzas del orden represivo.

Dirigentes políticos como Luis León (UCR), Deolindo Bittel (PJ) y Oscar Alende (Intransigente), nucleados en la llamada Multipartidaria, calificaron la situación como “un verdadero estallido social”, en un comunicado difundido tras la movilización.

La Junta Militar necesitaba producir un hecho que el otorgara legitimidad, y si bien la recuperación de las Malvinas era algo planificado con meses de antelación, el malestar evidenciado ese 30 de marzo convenció a los integrantes del régimen de que el despliegue en las islas -que ya estaba en marcha- era el único camino que tenían para mantenerse en el gobierno.
El 15 de junio, un día después de la rendición de las tropas argentinas en Malvinas ante los efectivos de las fuerzas armadas británicas, cientos de ciudadanos concurrieron a Plaza de Mayo con distintas motivaciones.

En medio de los disturbios, la represión y los gases, se escuchó una vez más ese cántico, emblema de la resistencia y la lucha popular contra el autoritarismo: “se va a acabar/ se va a acabar/ la dictadura militar”.