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La industria nacional del calzado atraviesa una de sus etapas más oscuras. Lo que comenzó como una desaceleración hoy se ha convertido en una crisis estructural que, en solo 24 meses, se ha cobrado la existencia de más de 100 plantas de producción y ha dejado a cerca de 10.000 familias sin su principal fuente de ingresos.

El fin de un motor productivo

El declive no es casual, sino el resultado de una presión constante desde varios frentes. Por un lado, la flexibilización de las importaciones y el ingreso de mercancía por vías informales han saturado el mercado. Por otro, la irrupción de gigantes del e-commerce chino, como Shein y Temu, ha cambiado las reglas del juego, permitiendo que productos extranjeros lleguen directamente al consumidor a precios con los que la manufactura local no puede competir.

Horacio Moschetto, referente de la Cámara de la Industria del Calzado, define este escenario como una "tormenta perfecta". Según el directivo, la acumulación de stock y la caída vertical del consumo interno han dejado a los empresarios sin oxígeno financiero.

Coronel Suárez: el símbolo de la debacle

El impacto social de esta crisis quedó cristalizado a principios de 2025. El cierre de la planta del Grupo Dass en Coronel Suárez no fue solo una noticia empresarial, sino un golpe al corazón económico de una ciudad. Con la partida de esta firma —que ensamblaba calzado para marcas globales como Adidas y Fila—, 360 operarios quedaron en la calle, provocando lo que el intendente local, Ricardo Moccero, describió como una auténtica tragedia para la economía regional.

Un desplome que no encuentra piso

Los datos de producción reflejan un retroceso que parece no tener fin. Mientras que en 2023 la industria argentina era capaz de fabricar 120 millones de pares, ese volumen cayó a 100 millones el año pasado. Las proyecciones más optimistas para el cierre de 2025 apenas alcanzan los 80 millones de unidades, lo que representa una pérdida de un tercio de la capacidad productiva en solo dos años.

Ante este panorama, las fábricas que aún mantienen sus persianas altas sobreviven bajo un esquema de emergencia, recurriendo a suspensiones y vacaciones anticipadas en un intento desesperado por evitar el cierre definitivo.