Por: Pipo Rossi
El Día de los Muertos es una festividad de origen mexicano que honra la memoria de los seres queridos fallecidos.
A través de altares, ofrendas y rituales, familiares y amigos recuerdan sus vidas y mantienen vivo su legado en una jornada llena de simbolismo y tradición.
Cada 2 de noviembre, el Día de los Muertos reúne a millones de personas en torno a una de las tradiciones más emblemáticas de México y América Latina, un día dedicado a honrar a quienes ya no están, recordando sus vidas con alegría y respeto.
Esta celebración, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, mezcla influencias prehispánicas y católicas, manifestándose como un ritual único y lleno de color, cargado de simbolismo y sentido comunitario.
En los altares y en las calles, las calaveras de azúcar, las catrinas, los disfraces y el maquillaje representan tanto la transitoriedad de la vida como la aceptación de la muerte.
En este contexto, la muerte no es vista con tristeza, sino como una parte del ciclo natural de la vida, lo que aporta a esta festividad una esencia de celebración y renovación.
El Día de los Muertos también se distingue por su relación con el mestizaje cultural, combinando tradiciones indígenas y cristianas.
Durante el periodo de la colonización, los rituales prehispánicos en honor a los muertos se fusionaron con las festividades católicas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, dando lugar a una celebración única que, con el tiempo, se convirtió en un símbolo de identidad y resistencia cultural para el pueblo mexicano.