Liliana y María Virginia Jara son hermanas y artesanas mapuche de la comunidad Mellao Morales. Desde niñas hilan, tiñen y transmiten los saberes del telar ancestral con el acompañamiento de Artesanías Neuquinas, que facilita el circuito comercial, llegando a distintos rincones de la provincia.
En el corazón de la comunidad Mellao Morales, en Huarenchenque, dos generaciones de mujeres mapuche mantienen vivo el legado del telar. Liliana Berta y María Virginia Jara no solo son artesanas: son guardianas de una herencia cultural que se transmite entre madres, hijas y hermanas, entre husos, madejas y telares.
Liliana tiene 36 años, pero lleva casi tres décadas entre lanas. Aprendió a hilar a los 7, guiada por su madre, y a los 11 ya trazaba dibujos en el telar, imitando a sus hermanas mayores.
Aún no tenía edad para ofrecer sus propias piezas pero su hermana que contaba con el carnet de artesana. “Después de la escuela tejía y me dedicaba”, recuerda. Era más que una pasión: era una forma de autonomía.
A los 22 años, esa dedicación dio comienzo a una nueva etapa: comenzó a dictar talleres de tejido para niñas y niños del paraje. Con el tiempo, también se sumaron adultos. La técnica de tejido doble faz marcó un antes y un después en su taller. “Fue un giro diferente, muchos quisieron aprender”, aseguró.
Hoy, Liliana enseña lo que sabe con generosidad y orgullo. Su hija, de 19 años, creció entre telares y es también una artesana. “Ella participaba de los talleres que yo daba. Es muy lindo ver cómo sigue el camino”, dijo.
El proceso del tejido natural es meticuloso y requiere paciencia. Desde la limpieza de la lana y su secado al sol, hasta el hilado, el enmadejado con aspa, el lavado con jabón blanco y el ovillado final, cada paso es parte de un conocimiento que se transmite con respeto y tiempo. “Recién ahí se puede comenzar a tejer”, afirma Liliana, como quien conoce los secretos del oficio desde siempre.
María Virginia también creció entre lanas. Empezó a tejer escarpines y manoplas a los 8 años y a los 10 ya manejaba el telar. Se casó joven y entonces se volcó por completo al tejido. Hoy lleva más de 30 años dedicada a este arte que la conecta con su identidad.
En sus tejidos utiliza lana teñida con productos naturales: Tara, Cocolle, Michay, Molle, entre otros. Cada color tiene una historia.
Su labor más vendida es el wilyoz, que significa “la vuelta del mapuche a la tierra”. Un diseño ancestral, cuya forma se encuentra en las piedras rupestres y que, como ella dice, “tiene un significado muy profundo para nuestra cultura”.
Para María Virginia, Artesanías Neuquinas fue una puerta, que “me dio la oportunidad de conocer otros lugares como Junín de los Andes. Fuimos a vender a la Fiesta del Puestero y conocimos a más artesanos de otras comunidades”, cuenta.
Gracias a la empresa estatal, también empezó a vender a particulares y llevar sus productos a lugares donde nunca había estado. “Es mi único trabajo y me dedico con todo el corazón”, remarcó.
Historias como las de Liliana y María Virginia son testimonio del impacto silencioso pero transformador que tienen las políticas públicas bien orientadas. A través de Artesanías Neuquinas, el Estado neuquino no solo comercializa productos, sino que valida, protege y proyecta el saber ancestral de las comunidades.
Los talleres, los encuentros, las ferias y los canales de comercialización construyen algo más que ingresos: construyen autoestima, redes de contención y oportunidades. Son, como el tejido mapuche, urdimbre y trama entre generaciones.