Los principales diarios y medios brasileños criticaron fuertemente la decisión, ya que el país sudamericano suma más de 462.000 muertos por coronavirus y tiene estados con las terapias intensivas descontroladas, con la tercera ola en puerta.
La Copa de las Confederaciones de 2013 se hizo con los estadios llenos preparados para el Mundial del 2014, Brasil brillando en el campo de juego y el país de Dilma Rousseff que comenzaba a incendiarse en las calles en un movimiento de intereses cruzados que, según varios analistas, fue el huevo del que emergió una inédita ultraderecha como la de Jair Bolsonaro, quien hoy tiene en sus manos la Copa América de la pandemia.
La luz verde dada por el propio Bolsonaro al teléfono del presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, Eugenio Caboclo, un exdirigente del Sao Paulo donde hoy dirige Hernán Crespo, pone al descubierto cómo el mandatario se involucra directamente cuando el asunto es fútbol.
Hincha de Palmeiras en San Pablo y de Botafogo en Río de Janeiro, Bolsonaro usa camisetas de todos los equipos de Brasil y simpatiza por todos, según dice.
La llegada de la Copa América a Brasil encuentra al mandatario en su peor momento de popularidad (24% de apoyo con escenario de derrota para su reelección ante Luiz Inácio Lula da Silva en 2022 según Datafolha), hospitales llenos y heladeras vacías, con situaciones de hambre sobre todo en las favelas y periferias, que viven básicamente del trabajo informal o doméstico.
Pero Bolsonaro tiene, también, dentro de su burbuja de ultraderecha, un bastión de popularidad que lo sostiene en los peores momentos. El tratamiento dado por él a la pandemia, a la que minimizó desde el inicio, está erosionando el día a día del gobierno y la Copa América puede darle cierto respiro.
El pulso político del país se encuentra agitado por la investigación contra el gobierno que se hace en vivo, de martes a jueves, en la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) del Senado, que se tomó cien días para citar testigos, funcionarios y determinar las fallas del gobierno. Esto puede terminar en apenas en un informe para elevar al fiscal general o, si crece, en un movimiento por el juicio político contra Bolsonaro, algo lejano porque el mandatario se ha blindado en el Congreso, donde tiene mayoría con parte de la derecha tradicional y el bloque llamado "Centrao".
Por lo pronto, la comisión, poblada de opositores, ha revelado que el gobierno despreció las vacunas Pfizer y Coronavac en 2020 y apostó a la inmunidad de rebaño sin vacuna, con aglomeración, ofreciendo como remedio milagroso la cloroquina, un antipalúdico que Bolsonaro mandó a fabricar al Ejército para repartir por todo el país como si fuera un 'kit' preventivo.
El objetivo, según los opositores, era no adherir a las cuarentenas y mantener a la población en las calles contagiándose. "Morirán los que tengan que morir", dijo Bolsonaro. La decisión de abrigar la Copa América también involucra riesgos para Brasil, no apenas sanitarios.
El sábado pasado, la oposición salió a las calles con barbijo -aunque se generaron aglomeraciones que tanto criticaban a las marchas bolsonaristas contra las cuarentenas- en la mayor demostración de fuerzas desde 2019 contra el Gobierno. Fue un alerta para un gobierno, el que más militares tiene desde la dictadura militar en cargos ejecutivos y administrativos (6.000), con mala evaluación entre los más pobres y que puede perder al clave electorado evangelista, primordial para la elección de 2018.
Estas manifestaciones del sábado abrieron un nuevo panorama de demostración de fuerzas, sobre todo en San Pablo, Río de Janeiro y Brasilia, y pueden tener alguna réplica contra la Copa América.
En 2013, las manifestaciones contra el Mundial 2014, la represión policial en los estados a las marchas juveniles que reclamaban contra el aumento de las tarifas de subte y colectivos en San Pablo y el inicio del fin del ciclo de oro de las commodities hicieron sucumbir al gobierno de Dilma Rousseff.
Ella fue silbada y abucheada tanto en la Copa de las Confederaciones como en el Mundial 2014. Claro, el público no era el del fútbol, y sí el de los mundiales. La camiseta canarinha de la selección se transformó entonces en un uniforme de la clase media que casi le arrebata la reelección a Rousseff en 2014, año del menor desempleo de la historia de Brasil, cercano al 4%. Rousseff logró ser reelecta tres meses después del 1-7 ante Alemania en el Mineirao.
La falta de estabilidad condujo a Rousseff por diversos motivos domésticos, nacionales y extranjeros a un juicio político, ya con el país en llamas, la Operación Lava Jato, detrás de Lula y la clase política devastada. En 2018 ese escenario le dio a Bolsonaro un triunfo que nunca soñó y en 2019 una popularidad asociada al fútbol que se mimetizó con la victoria de la Copa América por parte de Brasil ante Perú.
Hombre multicasaca para el fútbol, Bolsonaro apela a la construcción de su popularidad tanto por sus frases de cuño bíblico como a la gran pasión nacional como el fútbol. En eso, el mismo dijo, su espejo es el dictador Emilio Garrastazú Médici, quien convirtió a la selección campeona en México 1970 en una bandera nacional, acompañada por el milagro de la industrialización en los primordios de la década del setenta.
Reivindicador de la dictadura y la tortura, Bolsonaro defiende la vuelta a la normalidad y el fin de las cuarentenas pese al colapso hospitalario que se está registrando en esta tercera ola que se forma en junio, según el laboratorio oficial Fiocruz.
El mandatario buscará a partir de ahora, con la Copa América o sin ella, polarizar con Lula para 2022 y culpar por la crisis del empleo a los gobernadores e intendentes. "La culpa no es mía, yo no cerré la economía", dijo este martes, con un desempleo en el umbral del 15%.