De Arcoíris a Iorio o Divididos, pasando por Charly, Spinetta y Fito, hasta Trueno o El Cuelgue en la actualidad, el rock/pop nacional está atravesado indefectiblemente por la música folclórica argentina.
La década de 1950 en los Estados Unidos comenzó con una incisiva novedad en términos de géneros musicales. El rock irrumpía en la escena norteamericana y se propagaba como un haz de luz en un cuarto vacío, proyectándose rápidamente hacia otras latitudes del mundo.
A mediados de la década ‘50, el ritmo retoño de varios géneros como el jazz, el blues y el country, entre otros, ya vibraba en suelo argentino con la explosión de artistas de trascendencia internacional como Elvis, Bill Haley, Chuck Berry o Little Richard.
En la Argentina, el rock and roll no tardó en echar raíces y mutar a un estilo lunfardo, cada día más local, en un contexto sonoro de tango y folklore. Tras los pasos pioneros de Eddie Pequenino, Sandro o Los Cinco Latinos, a fines de los ‘60 nació un subgénero de rock atravesado por estilos nativos y un clima de época que desbordaba fervor: el rock nacional.
Puntos de encuentro como La Perla de Once o el Instituto Di Tella fueron los núcleos de esta nueva corriente artística. En 1967 se editó la canción ‘”La Balsa” de Los Gatos, que con su rotundo éxito y popularidad se convirtió en el primer tema masivo del rock vernáculo, vendiendo más de 250.000 discos.
Ya instalado en el éter, la metamorfosis no se detuvo y el pulso del folklore y el tango latía recóndito en un rock que evolucionaba al ritmo de la aparición de artistas variopintos y bandas emergentes. Moris, Billy Bond y Luis Alberto Spinetta, entre otros, hacían estremecer la escena local. Luego vendrían el piano de Charly, la guitarra de Pappo, el blues de Manal, la poesía de Luca, Fito, Los Redondos y un desfile interminable hasta nuestros días que consolidaron una canción sin fin en la que la música folclórica ya era parte del aire.
En 1965 y con apenas 15 años, Spinetta compuso un símbolo del rock nacional y, quizá, una de las primeras canciones del género con un profundo arraigo folclórico explícito: “Barro tal vez”. Si bien vio la luz en 1982, sin dudas la pieza de “El Flaco” traía consigo condimentos de lo que vendría y daría paso a una fusión sin límites.
En el ’68, Gustavo Santaolalla funda la banda Arco Iris, prefigurando una por entonces aún extraña alquimia entre folklore latinoamericano y rock. “Sudamérica” o el “Regreso a la Aurora”, “Inti Raymi” y “Agitor Lucens V” son tres lúcidos ejemplos de aquella incursión. En paralelo, folcloristas como Manolo Juárez, Liliana Herrero y Chango Farías Gómez apostaban a la fusión desde la otra vereda.
Años más tarde, León Gieco, junto a Santaolalla, dejaría un testimonio decisivo con “De Ushuaia a La Quiaca” (1985), Litto Nebbia haría su experiencia con el bombista santiagueño Domingo Cura y Charly añadiría matices, métricas y cadencias folclóricas a su estilo de “rock tanguero”. Sin embargo, en sintonía con León, Fito Páez fue quien quizás mejor plasmó este recurso sonoro con canciones como “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, “D.L.G”, “Detrás del muro de los lamentos” y “Parte del aire”, entre otros clásicos.
León Gieco podría considerarse un híbrido entre ambos estilos, mientras que otro caso emblemático es el de Gustavo Cerati, quien en canciones como “Cactus”, “Sulky”, “Raíz” y “Cuando pase el temblor”, entre otros, puso a jugar una infinidad de sonidos e instrumentos propios del folklore andino, enmarcados en métricas de 3/4 y 6/8, propias del género nacional.
Entrados los años ‘90, Divididos y Almafuerte, entre varios otros, continuaron ese camino desde un costado más “pesado”, mientras que Los Piojos priorizaron lo que podría llamarse “el folklore del Río de la Plata”. Eppurse Muove, Planeta Fakón y Arbolito, con diferencias de matices, continuaron el legado de Arco Iris con una mixtura de folklore y rock como premisa para toda su obra.
En nuestros días, bandas de pop y rock argentino como El Kuelgue, Eruca Sativa o Las pastillas del Abuelo continúan apostando a reminiscencias de una fusión que llegó al rock nacional para no irse jamás. “View Master” y “Pixiana” son dos exponentes de la influencia folclórica del grupo liderado por Julián Kartun, mientras que “Perdido”, de Pity Fernández, marcha sobre el cuero del bombo de la chacarera y “Creo” es un claro ejemplo en la banda de Lula Bertoldi.
Las nuevas expresiones del rap y el trap de nuestro país no permanecen ajenas al espectro que fluye en la sangre de los músicos de esta “Tierra Santa”, título de una de las últimas obras del joven músico Trueno, con la colaboración de Víctor Heredia. Por el contrario, y paulatinamente, el folklore se filtra en las pistas de los artistas contemporáneos de la música urbana.
En la misma tónica, Milo J supo invitar a Soledad Pastorutti al escenario para interpretar “Cuando ya nadie te nombre” y se mostró hace pocos días junto a dos emblemas del género autóctono argentino, Cuti y Roberto Carabajal. Su composición “Carencias de cordura” es un botón de muestra del compás de los latidos que empujan la sangre de este artista de 17 años con infinito potencial.
El folklore, música identitaria que surge de la colisión entre la cultura indígena, hispánica y africana, se convirtió con el paso de los años en un pilar del rock nacional en todas sus variantes. A veces de modo más explícito, otras en el aire, casi imperceptible, como el aroma intenso de la tierra húmeda, los ritmos y melodías criollas son omnipresentes en el género. Los mismo podemos decir del tango, pero eso quedará para otro artículo.
A veces pensamos e imaginamos al folclore encarnado en hombres y mujeres grandes, entre canas o largas barbas, entre ponchos y sombreros de ala. Sin embargo, estamos atravesados por aquellas vibraciones, que son vivencias colectivas, y no hay músico argentino que pueda escapar a la esencia de lo propio, que nos baña como una tormenta, una música infinita.
Un ranking de algunas de las canciones del rock nacional con influencia folclórica
1 – Barro tal vez (Luis Alberto Spinetta – 1982)
2 – Cinco siglos igual (León Gieco – 1992)
3 – D.L.G (Fito Páez – 1985)
4 – Cactus (Gustavo Cerati – 2009)
5 – Tierra santa (Trueno – 2022)
6 – Río Paraná (Ricardo Iorio – 1997)
7 – Huelga de amores (Divididos – 1993)
8 – Creo (Eruca Sativa – 2019)
9 – Parte del aire (Fito Páez – 1986)
10 – La colina de la vida (León Gieco 1980)