Foto Julin lvarez


La muerte de Ricardo Iorio significa la pérdida no solo del máximo prócer del heavy metal local, sino de una voz que reflejó con precisión e innegable talento la idiosincrasia de la clase trabajadora argentina, aunque muchas veces ese pensar no se ajustara a los cánones dictados.


Aunque para el público masivo se trata del hombre que profería risueñas frases que rozaban lo grotesco por su nivel de incorrección, muchas de ellas pronunciadas en un famoso reportaje televisivo viralizado a partir de su uso como separadores; la muerte de Ricardo Iorio significa la pérdida no solo del máximo prócer del heavy metal local, sino de una incómoda voz que amplificaba el sentir de millones de personas que, a distintos niveles, se mueven por los márgenes de la sociedad.

Tanto desde la seminal V8 -a esta altura, una banda de culto-, como desde la legendaria Hermética y la más cercana Almafuerte, este artista reflejó con precisión e innegable talento la idiosincrasia de la clase trabajadora argentina, aunque muchas veces ese pensar no se ajustara a los cánones dictados desde la extrema corrección política.

Nacionalista acérrimo y ultracatólico, Iorio trasladaba esa postura a su arte, con su reconocimiento a la herencia musical legada del tango orillero y del folclore, y su poderosa lírica, a la que sin medias tintas cargaba de crudeza para alertar sobre el inexorable destino de explotación que esperaba al peón rural o al obrero de una fábrica del conurbano.

Claro que todo eso no lo hacía desde una mirada que contemplaba la posibilidad de una futura iluminación a partir de la toma de conciencia social, sino que daba cuenta del resentimiento y las facetas más oscuras que atravesaban a estos sectores.


Ya desde sus primeras apariciones en la escena local, Iorio marcó estas diferencias al volcarse al heavy metal y, desde allí, presentar una voz disonante en tiempos en que el rock argentino oscilaba entre el viejo hippismo y el fulgor de la modernidad marcada por la primavera democrática.

Incluso, hasta podría trazarse un acertado paralelo entre el joven Iorio que lanzaba improperios contra los hippies a la cámaras que registraban el backstage del festival B.A.Rock de 1983 y el provocador que, en años más recientes, causaba asombro a Beto Casella en su rol de entrevistador por las barbaridades que podía decir.